jueves, 5 de noviembre de 2009

Barri-Letes!!!


100 horas de cocción... Ultima Parte !






Las 100 horas de cocción estaban llegando. Los nuevos amigos nunca habían viajado juntos sin embargo parecía que lo habían hecho siempre. Sabía uno el próximo movimiento del otro. Y el otro abría los ojos a la mañana percibiendo el despertar del tercer compañero de ruta. El último desayuno del hotel de bajo costo entregó su café con leche a temperatura moderada con sus medialunas de panadería de barrio. Los amigos no hicieron hincapié en permanecer mucho tiempo sentado en la mesa de mantel de plástico. Su comunión de la mañana era el mate amargo, bien cebado, de yerba seca en un rincón, en los caminos hacia Agrelo.


Un nuevo encuentro con el dueño de Trapezio, Mauro, nuestro guía espiritual via Nextel. Pegado a Trapezio se encuentra otra bodega escondida. De esas que hacen sangre de cristo y que no llegamos a conocer, a no ser que viajemos a Mendoza. Su dueño, Agustín, se transformó en un fiel amigo de Mauro por compartir el mismo sueño. Tan próximos uno de otro, comparten noches de charla y debate sobre el negocio, sobre el arte de crear, con los pasos que da cada uno para lograr lo que buscan. A Agustín, ya lo había conocido. Hace un par de años, cuando Mauro se casó con Florencia en la Finca, mi regalo fue recitarles un poema de Julio Migno: Si tenes Cachorro. Tiempo después, Agustín me confesó que sus ojos se transformaron en acequias, llorando de emoción. Muchas veces hacemos cosas que ni nos damos cuenta. Emocionar a una persona, es una de las tantas.


En casa/bodega de Agustín conocimos el vino en todos sus pasos previos hasta llegar al elixir de la vida eterna que sí todos podemos apreciar al descorchar una botella. Conocimos al vino en los momentos donde aún no es vino, cuando las uvas se hacen mosto, dulce, penetrante, aromático, violeta oscuro. Un componente que podría generar el postre mas maravilloso creado por cocineros que adoran esta bebida. Luego, cuando ya entra en proceso de fermentación, donde el sabor es inimaginable, las levaduras bailan enamoradas disfrutando su reproducción, el desequilibrio de sabores certeros de un futuro mejor. Poco después, cuando la fermentación maloláctica lo va acercando a ser lo que quiere ser: Vino. Y el néctar terminado, la bebida hecha por Dios y por el hombre, antes de entrar en su descanso de roble. Cinco personas, cinco copas y una ventana de amplias magnitudes de blindex enmarcaban el gran cuadro argentino: El Cordón del Plata. Lejos, cerca, incluso dentro de cada uno de nosotros.


El sol no tiene prisa pero sabe como apurarnos. Cuando llega al punto mas alto del cielo el deseo de comer, despacio, toca la puerta de nuestro cerebro. Fuerte apretón de manos, incluso abrazos con palmas en espaldas ajenas alcanzaron el sonido de la fraternidad y la amistad. Mauro, tomó un rumbo, Agustín se quedó tirando leña a sus perros que iban y venían con su juego preferido y nosotros nos dejamos llevar por la recomendación: No pueden irse sin ir al Valle de Uco.


Y allí marchó nuestro auto alquilado. Los 80 kms que lo separan de Mendoza no parecen, gracias a que la Cordillera hace perder las distancias, pero no la brújula que siempre marca al Oeste. En el Valle de Uco, seguimos encontrando mas bodegas, quizás las más sofisticadas. Pero no queríamos repetir el paseo estandarizado. Ya habíamos tocado el cielo con la boca, no necesitábamos volver a recorrer nuevos pasillos de propaganda bodeguera.


Nuestro principal motivo en el Valle de Uco era comer. Como buenos cocineros. Dejarnos alimentar por manos colegas. Mauro, nos había tirado el consejo: “Hay un lugar de esos que solo se llega preguntando. Solo les doy un dato, es un restaurante que se llama Ilo”


Ilo es una esquina como cualquier otra. Pero guarda un secreto en medio de la montaña. Sus platos se basan en mariscos que día de por medio trae su propio dueño y cocinero de Chile. El tipo, muy como si nada, agarra su coche, cruza la frontera y en su baúl trae la mercancía obtenida directamente del Pacífico. Mar y Montaña es posible en Argentina. Ilo lo logra.


En sus mesas, la de una cantina tradicional llevada a pulmón, la panera de plástico simulando mimbre carga con panes que rápidamente se deshacen con las manos. Un pedazo de pan, un sorbo de vino, tres amigos y “El último almuerzo”. Sin Judas, solo apóstoles del buen vivir, el buen comer, el placer como merecimiento de las almas que respiran. Semana Santa!Nuestras billeteras no piensan: Lo primero que pedimos son esos bichos que no comes nunca. Uno de los moluscos mas cotizados del mercado mundial, los locos. No hay en ningún lugar del mundo, mas que en Chile y el sur de Perú. Sin detener nuestra investigación marítima nuestro próximo plato fueron unas machas tiernas y picantes. A lo que se sumó un chupe de centolla, navjas guisadas, una cazuela de mariscos y dos botellas de vino entre tres, manteníamos la estadística. A pesar de todo, lo que mas marcó nuestra visita al restaurante Ilo fue el postre, directamente recomendado por su propietario que se acercó a nosotros para contarnos su historia con la Cocina.


El postre es una de sus mejores creaciones: Un queso y dulce. Cualquiera diría que es imposible sorprender con tan manoseada preparación. A pesar de cualquier prejuicio, se acercó con un plato que contenía un ladrillo de queso cordobés cubierto por dulce de cayote. La consternación llegó cuando al queso y dulce lo bañó en un aceite de oliva mendocino y sus manos combinaron movimientos sobre un pimentero de tamaño considerable. Las esferas picantes y rotas se arrojaban constantemente sobre nuestro dulce sin parar cubriendo de negro el color dorado de la cucurbitácea.


Lo dulce, lo salado, lo picante, lo frutal habían conspirado a favor de nuestro paladar. Nuestra tarde nublada se cerraba con un banquete en medio de la nada, sabiendo que el regreso era inevitable. Uf, que buena manera de despedirnos.La partida fue sin correr riesgos. Pausados, llegamos a Mendoza Metrópoli para devolver el auto y ubicar la plataforma de salida hacia Buenos Aires en el colectivo de asientos horizontales.El “azafato” nos sirvió el último sorbo de vino tinto en tierras cuyanas, ésta vez, en vasos descartables de plástico que sin otra alternativa chocaron para decretar un brindis sin sonido de cristal. Los tres nuevos amigos ya habían pasado la experiencia de su primer viaje. El próximo aún no fue realizado. Quizás tan solo con éste haya alcanzado.


Fin.

100 horas de cocción... Parte III


El tercer día, tenía como destino Potrerillos, un pueblo que se ubica adentrándonos en la Cordillera de Los Andes.

La fila de viajeros obligaba al auto alquilado ir a la velocidad justa para girar los ojos y ver la altura, la nieve de los picos, las aves volando, las lagunas escondidas. Todo allí, todo aquí.Después de un par de kilómetros de ripio, llegamos a la morada del Viejo Montañés, que parecía haberse arrancado de las páginas del “Viejo y el Mar” de Hemingway: Su soledad y su destino.

El Viejo tenía un restaurant, una cabaña en medio de la montaña con mesas de maderas longitudinales, sillas de troncos, fotos en los parantes, banderas de SlowFood. Alrededor de la morada, el terreno se encontraba en pendiente, los arboles se erizaban de la tierra hasta confundir el celeste cielo con el verde hoja, el arroyo sonaba en do mayor cuando el agua, veloz, impactaba a las piedras sostenidas. A lo lejos, aunque muy cerca, la montaña, el hábitat del Viejo: Eduardo Luis Maccari.

Maccari, con sus propias manos cocina lo que él mismo come. Y eso lo comparte con los visitantes. Nuestro estómago, tomó carrera y comenzó la maratón de “alemaneidades”: Degustación de salchichas caseras, un chucrut blanco, otro colorado, un garrón de cerdo entero cocido el tiempo que demora el sol en irse, horas. El aliento de los comensales lograban desarmarlo. Parecía mágico. La mesa de mantel campechano sostenía además unas papas con piel en manteca y romero. Sentíamos estar en la campiña germana, lo único que nos mantenía en la realidad era la charla en idioma propio. Por las gargantas pasaban un torrente de sus cervezas rubia de 7,5º de alcohol; su negra agresiva, perseverante, meticulosa en su tostado justo y su roja disminuida, levemente dulce y su color coral.

El Viejo, además de la cabaña donde cocina también tiene una fábrica de cerveza artesanal, una historia, una obsesión y un perro. Luego de la sobremesa, llegó el turno de encontrarnos con él en su fábrica. Parco al principio, se entregó después a la charla amena y exhaustiva de su vida, como buen hombre de montaña.

Hace muchos años, el Viejo, conocedor de la geografía recibió un llamado urgente de la Fuerza Aérea Argentina: Sin él no podían rescatar a un joven arquitecto checo que se había accidentado en la montaña. El Viejo, joven en aquel entonces, lo divisó a lo lejos. Todos lo dieron por muerto, el arquitecto estaba inerte, congelado. Sin embargo, Maccari insistió y bajaron hasta alcanzarlo para llevarlo en una sola pieza de hielo hasta un hospital donde lograron revivirlo. La perseverancia y su apuesta hizo que el Gobierno de Checoslovaquia lo invitase a su país para agradecer su acto de honor. Y el hombre rescatado lo llevó a conocer su familia, en Pilsen. Una familia de cerveceros artesanales que le enseñó todos los secretos de la malta, el lúpulo, el agua.

Se obsesionó, encontró su destino y se quedó en aquel país durante 8 años, hasta volver a la Argentina y emprender un viaje en busca del agua perfecta para su cerveza. La encontró en Potrerillos y desde entonces, realiza la cerveza artesanal a la cual le llamó como su perro, Jerome. Son esas vidas que son biografías.

En la fábrica, Maccari nos hizo degustar su más adorado tesoro una vez más, nos contó sus secretos, y el secreto de los que dicen ser artesanos aunque industrialicen la cerveza. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos. Manos de cocineros, con ampollas de cuchillos mal tomados contra sus manos de leñador, con marcas en la piel de hachas oxidadas pero filosas.

Merecíamos una siesta, pero ya había pasado la hora. Nuestro almuerzo se había dilatado hasta las horas en que el sol empieza a sentir el cansancio de tan largo día. Igual que nosotros.

Sin embargo, no íbamos aflojar allí. Bajamos hacia Agrelo, con las primeras estrellas como mapa. Nuestra ajetreada pero placentera agenda tenía como destino un hotel: Cavas Wine Lodge. El nuevo concepto de hotelería, sin fastuosidades, sin lujos, pero con estilo. Mucho.

Martín y Cecilia, los dueños, nos recibieron con una copa de espumante en pleno concierto de violín para huéspedes. La música asomaba desde un pequeño anfiteatro de pocos escalones donde una muchacha de mirada a la nada apoyaba su pera contra la mariposa de madera dándole sonido a un vuelo que no existe. Los acordes, entre espalderos, silencio de grillos cantores, y vino nos hacía sentir suspendidos en el aire a pocos centímetros del suelo. Volábamos.

Cavas Wine Lodge es de esos hoteles que aparecen en los documentales de los “Cien Mejores Hoteles del Mundo”. Una mansión en medio de la nada, como si fuera el casco de una estancia del Siglo XVIII, pasillos sin paredes donde caminas entre las vides y cada 100 metros una propiedad para cada visitante con su respectiva cama rectangular a lo ancho, sus sábanas de mil hilos, su consecuente manta mapuche para tapar los pies, sus leñas para apaciguar el frío, un balcón con vista a la montaña que todos respetan, que siempre está ahí, mucho mas eterna que cualquiera de nosotros.

Nos prepararon una mesa en las afueras de la casa nueva, pero antigua. Nos agasajaron con un menú, que lo acompañamos con un Chakana Chardonnay para lo salado, y un Fond de Cave cosecha tardía, para lo dulce. Muy relajados cenamos, charlamos, disfrutamos la paz del lugar, recorrimos el hotel, llegamos a la cava subterránea con su roca inamovible, probamos su Bonarda exclusiva solo para clientes y terminamos sentados en el sillón de un living rectangular a lo largo. Mis nuevos amigos y yo suspiramos. Suspiros hacia adentro, individuales, que de forma invisible se unieron para ir sellando la amistad cuando estábamos a punto de alcanzar las 100 horas de cocción.Al volver a nuestra morada, sedados, amagamos con salir. Pero no. Qué otro acontecimiento podía mejorar nuestra jornada más que horizontalizarnos en esas camas de una plaza de hotel de bajo costo? Sabíamos que al otro día tendríamos más Mendoza.

100 horas de cocción ... Parte II


Foto en dos tiempos de nuestro horno de barro. Herido horno, pero va caliente.


El sol se despertó mucho antes que nosotros. Y nosotros, apenas levantados, salimos a la caravana nuevamente. La salida hacia la ruta fue la responsable de unir nuestras miradas con la montaña a lo lejos. Imagen que no se olvida, y que seguramente deba ser la responsable que mucha gente quiera quedarse a vivir allí, en Mendoza.


El próximo paso sería en la Bodega Familia Zuccardi. Una bodega ya mas amplia, que nació en 1968 gracias al sueño de un ingeniero que trajo un sistema de riego vanguardista para la época. La bodega, sigue con su faceta familiar, pero ya es mas imponente, se percibe en el aire el crecimiento de la empresa en los últimos años. El primer paso fue el Wine shop donde la billetera brasilera no detenía su consumismo. La nuestra, quieta, tan solo por el momento. Nos tomaron de la mano y nos llevaron al interior del interior del vino.En Zuccardi, el recorrido es muy parecido a como puede ser en cualquier otra bodega, con la contracara que es mas grande, mas empresa. Mujeres y hombres de uniforme hacen su trabajo, con el mismo esfuerzo que lo realizan las máquinas traídas de Alemania que aceleran la maceración, la mejoran, logran lo que los enólogos quieren lograr con tan solo apretar un botón. Valió la pena la inversión.La explicación del proceso es un tanto mas precisa que lo visto hasta el momento. La selección de uvas y racimos, uno por uno, de forma manual, las temperaturas que se manejan para que los hollejos le den color al vino, el aumento de temperatura para que se inicie la fermentación, y las barricas usadas por única vez, o dos y hasta por tres oportunidades. Claro! Por eso puede ser tan costoso un vino.

De vuelta por el Wine shop, la compra nuestra de cada día: Una remera, o dos, un aceite de oliva que fabrica Don Zuccardi, una bonita lámina de descriptores aromáticos, que se ve muy seguido pero sigue siendo original.


Y no nos podíamos ir de allí, sin almorzar en su bonito restaurant, entre parrales, con el wallpaper precordillerano de fondo, claro. El menú no sorprende, lo que sí, es el sabor de los productos que llegaban a nuestra mesa, porque creemos conocer el sabor de un tomate en Buenos Aires, pero en verdad, que mediocres son nuestras papilas cuando prueban un tomate crudo.

La autenticidad de la materia prima nos convierte en mejores cocineros, y ese es un as en la manga que pocas veces solemos darle importancia.


De vuelta en el auto, salimos hacia Almacén del Sur, una finca con visita agendada. La recepción fue de Santiago, un gordito orgulloso del lugar, muy cordial, dispuesto a informarnos.

Almacén del Sur nació hace solo 4 años, y sus frascos de productos delicatessen ya recorren el país y el mundo. En un envase de vidrio atractivo guardan conservas como las de brotes de ajo, los tomates asados, chutney de tomates verdes, pimientos de piquillo cuyas semillas son inseminadas en sus campos gracias a viajes anuales a tierras españolas, aceitunas griegas, jaleas de malbec, de torrontés, confituras de uvas, y hasta de pétalos de rosas. Romanticones!


La charla fue amena. Santiago disfrutaba muchísimo de sus comentarios. Y nosotros de los de él. Nos sorprendió el saber que una berenjena o un zuchinni puede crecer en tan solo un par de horas, por lo que los cosecheros suelen pasar dos o hasta tres veces por día para extirparlos de sus plantas. Vimos un secadero solar de tomates, el paso a paso organizado de la elaboración de los productos hasta que nos llevaron hacia un salón cálido, como living de abuela, que sería el lugar de la degustación de sus productos. Sin vino, teníamos sed, mucha! Tres cervezas, por favor! En el salón, que es el salón del restaurant que a esas horas ya había cerrado, lo mas lindo era la desigualdad de sus mesas y sillas. Todas distintas, un buen dato para aquel arquitecto decorador que no se anima a ser diferente.


Los productos, hay que reconocerlo, son excelentes, como así costosos. No digo que no lo valgan, pero algunos empresarios siguen pensando en el turismo extranjero, antes que permitir al argentino común desarrollar su paladar, su sentido del gusto. Escribo esto, releo, y me doy cuenta que haría lo mismo. Hipocresía barata y zuecos de goma.


El sol avisaba que no se iba a quedar todo el día allí, por lo que en plena caída lenta hacia el horizonte marchamos hacia Agrelo, una localidad austera, pequeña, que posee un tesoro inimaginable ante la mirada de los tres transeúntes. Muchos de los vinos que tomamos periódicamente, salen de aquí. En esta localidad, nos esperan un matrimonio amigo, Mauro y Florencia, los dos amigos de la introducción que decidieron soñar y no despertarse. Son dueños de Finca La Promesa, y hacedores de su primer vino, el Trapezio Merlot. Mauro, gracias a la magia del Nextel era nuestro guía turístico-espiritual por lo que las gracias, como suelen hacer los cocineros, iba a ser transmitida a través de los fuegos.


El desafío mayor fue encender el fuego en la garganta del horno de barro antiguo, con algunos ladrillos sueltos, que tiraba bocanadas de humo . El Chef Tolosa, fue el mas perseverante y comandó la brigada. Dominguez, el sous-chef, se encargaba que la mise en place llegase a destino. Milesi, pasante, puesto que en verdad disfrutaba, porque era un pasante que se la pasaba charlando y bebiendo rosados y blancos de cava de Mauro a 8 grados. Quiero una!

El Menú, improvisado durante la caminata entre pasillos de supermercado de Luján de Cuyo, como mas nos gusta a los cocineros , fueron unos canapés de masa de bizcocho de grasa, calabaza y queso camembert. El plato principal, pollos de 2 kilos, abiertos sin columna, sin cogote, sin cadera ni esternón acariciados con morcilla desmenuzada entre su carne y su piel que fue acompañado con unas cebollitas de verdeo pinchadas en una brochette, papas con manteca compuesta con calditos Knorr y unos zuchinnis, con sal, pimienta y aceite de oliva. La simplicidad de la materia prima se hacía cómplice de la mano de los cocineros y de la boca de los comensales. Viva el campo!La noche terminaría llena de charla, estrellas arriba, piernas relajadas abajo y el aire embalsamado en el medio. Hotel y dormir, una vez mas.

100 horas de coccion... by pocholo



Las letras se van uniendo, intentando compartir los momentos de un viaje. Y los ojos que las leen, tratan de sentirse en el mismo lugar, con las mismas vivencias, dimensionando lo poco, lo mucho, la nada.

Viajar es el mejor de los alimentos. Y existen dos grandes pilares que hacen un viaje: El lugar, por supuesto, y quizás mas importante: con quién se viaja.

Uno puede viajar solo, donde el destino y el testigo son una sola cosa, observa, transita, inhala, exhala, disfruta cada paso y siente una pizca de pena por lo que no están con uno en el preciso instante que abre las puertas de lo desconocido. Puede viajar acompañado, siendo dos, siendo tres, o diez, donde la dimensión de lo que se tiene enfrente puede ser tan variable como la mismísima realidad de las cosas. Puede viajar en diferentes edades, donde la absorción de las imágenes depende de la madurez encarnada en su alma. Puede viajar con viejos amigos, donde la convivencia es mas conocida, se vuelve a hacer lo que ya se hizo alguna vez, donde lo único nuevo es el paso siguiente, lo que no es poca cosa.O puede viajar con nuevos amigos. Y eso retribuye al alma cuando percibe que esos nuevos, podrán ser viejos. Solo depende del paso del tiempo.

Este viaje me enseñó eso, además de enseñarme que un vino es obra de Dios, autor intelectual, y del hombre, autor material. Que la vida te da sorpresas, como el viejo montañés que salvó la vida de un desconocido para salvar su propia vida. Me enseñó -mejor dicho, me demostró- que nuestro país tiene rutas, caminos y almas que lo construyen y lo hacen precioso. Que la gente trabaja por dinero y trabaja por amor. Que la distancia entre amigos puede unirte mas, como sucede con aquellos dos amigos que fueron a Mendoza a soñar y hoy lo hacen con ojos abiertos, despiertos. Y tantas otras, que espero puedan ser plasmadas en los párrafos de los cuatro días vividos, de las 100 horas de cocción a fuego moderado en Mendoza.

La salida de Buenos Aires fue lenta, como puede imaginarse una salida en Semana Santa, cuando todos los viajeros cual hormigas en procesión olvidan la Resurrección y se acuerdan de los días libres. Lentamente, después de caminar en colectivo por Puerto Madero, salimos hacia las rutas argentinas hasta el fin. Llegamos a Mendoza, tarde, ansiosos, dispuestos a no perder tiempo.

El primer paso fue hacia la bodega que, personalmente, tantos buenos momentos me hizo vivir. Estar en el lugar del hecho, en el lugar donde nace el vino, es tan intenso como el niño que conoce Disneylandia. Es estar con los creadores, y con los personajes que preparan el producto definitivo que recorrerá góndolas, bocas y noches de gargantas con taninos.

Ruca Malén llegó a mi vida, allá por el año 2002, en una de esas visitas a vinotecas a comprar lo que ya se conoce o lo que no. Éste vino, formaba parte de “lo que no”. La leyenda Mapuche de Ruca Malén se reencontraría conmigo en momentos de elegir un vino para recomendar, para compartir, para regalar, para abrir en cualquier instante.

La entrada a la bodega es una postal, en el sentido adjetivo de la palabra, apenas disminuida por pequeñas pinceladas de nubes que no permitían observar el Cordón del Plata en todo su esplendor. No importaba.

Una casa de imponente color tierra misionera nos recibió con las vides cosechadas y con un menú de cinco pasos que maridaban (y no tanto) con todos los vinos que produce Ruca Malén. Al principio, un balcón con vista regalada por la naturaleza, fue el escenario de los dos primeros platos para luego pasar al salón privado que nos albergaría por un par de horas. Un menú actual, como la gastronomía nuestra de hoy soporta. Quinoa bien cocinada, lomo en el punto solicitado y un buen postre con babá y helado de naranja y oliva. El crocante de Hesperidina, quedaba mejor en el relato del plato que en el paladar. Como suele suceder cada vez mas seguido. Cuidado!

Luego del almuerzo, entramos a la Zona de Producción. Y que mejor momento que fines de marzo y principios de abril para visitarla. Los canastos dejaban caer sus racimos de cabernet a la boca mecánica que se encarga de quitarles el escobajo de forma perfecta. Pasamos por los cilindros inmensos de acero inoxidable que maceran y fermentan. Una buena charla con el enólogo de la bodega que estaba en pleno pisage, para después pasar al cuarto oscuro de baja temperatura repletos de barricas francesas y americanas desde el piso hasta el techo. El vino estaría allí durmiendo, abrazado por el roble extranjero de primer uso para seducir nuestras bocas varios meses después.

El paso siguiente fue el Club Tapiz, el hotel del vino Tapiz, que merecía su visita por la belleza de la casa antigua, con su restaurant bonito y escénico. Charlamos con sus cocineros, mendocinos ellos, que hacen camino el andar como muchos otros cocineros. Una buena charla, un idioma que solo los cocineros comprendemos, y un lugar que nos serviría para el primer paso improvisado, llegar a la fábrica de Aceite de Oliva Pasrai.

Nunca había visto como se hacía un aceite. Quizás sí sabia, pero el saber leyendo, no es lo mismo que el saber observando. Una señorita de buen léxico, muy estudiosa para explicar el proceso nos hizo recorrer el procedimiento. Las aceitunas que se utilizan para hacer aceite son muy distintas que las que acostumbramos a consumir. Pequeñas, minúsculas, para que el porcentaje de agua y aceite que guardan en su interior sea mas aprovechable. Primera y única prensada en frío, un viaje a la decantación y un filtrado adaptado a los ojos compradores que mantienen la costumbre de suponer que el transparente es mejor que el aceite turbio.

La primer noche se acercaba, y habíamos estado de un lugar al otro, oyendo, observando, degustando, tocando, oliendo. Necesitábamos la ducha, recargar las energías para andar por las nochecitas de Mendoza, que también tienen ese que se yo, viste.

Arístides Villanueva, es la calle de los jóvenes mendocinos y de otros que vienen de otras partes del país como nosotros y del mundo como los otros. El auto, el pequeño cuatro ruedas de color verde, fue archivado en un garage que hasta las 3 de la mañana nos cobraba 5 pesos. La caminata, sin destino indicado, con un objetivo marcado: Cenar. Pasamos, bares y tabernas, antiguas y modernas. Al final caímos a un lugar que no se sabía si era mexicano o español. Quizás las dos cosas. Falta de identidad. Yo pedí conejo, cosa que me disgustó, Hernán y Daniel una paella para dos. Y el vino, claro. No pasamos mucho tiempo dentro del lugar, la cuenta y a caminar.

La caminata nos topó con dos noviecitos adolescentes que eran novios hace tiempo, se notaba en sus vestimentas, en su forma de agarrarse. Ellos fueron los que nos dijeron: “La noche se vive en Chacras de Coria.” Y allá fuimos, previo paso por el Parque San Martín y su portón enorme, soberbio, contundente.Para llegar a Chacras anduvimos en el auto por todas las afueras de Mendoza. La calle se convertía en ruta, la ruta en calle nuevamente, la calle en tierra. Y en la tierra, una fila de personas que vaya a saber uno de donde venían. Había un poco de temor, y la certeza de que nos habíamos perdido. Dos horas después llegamos al lugar: Alquimia. Un boliche más, ruidoso, luces intermitentes, muchos hombres de piropo en la oreja y mujeres de orejas con piropo. Una noche mas, con su respectiva cerveza, el fernet oscuro y mal hecho, el campari con naranja. Una noche sin condimentos. Hotel y dormir.
Continuará...

lunes, 2 de noviembre de 2009












Estimados Amigos y clientes: Tenemos el agrado de comentarles que esta semana en los días 3,4,5 y 6 de noviembre se realizara una nueva edición de la Expo vinos de Lujo’09 El conocedor, dicho evento se realizara en los salones del Alvear Palace Hotel de la ciudad de Buenos Aires. Sin dudas es el evento mas esperado del año, donde aquellos amantes del vino tendrán la posibilidad saborear y descubrir los mejores vinos de las bodegas mas importantes de la argentina, se presentaran casi 150 etiquetas de alta gama.Por eso queríamos comentarles que nuestra sommelier asistirá a esta gran exposición en busca de los mejores exponentes y así poder compartirlos con ustedes en nuestra vinoteca 750 (neto) Almacén de vinos como también en nuestro blog http://www.750neto.blogspot.com/ donde presentaremos un resumen de la expo y las catas de los vinos degustados.
Saludos cordiales.
750(neto) almacén de vinos.