jueves, 5 de noviembre de 2009

100 horas de cocción... Ultima Parte !






Las 100 horas de cocción estaban llegando. Los nuevos amigos nunca habían viajado juntos sin embargo parecía que lo habían hecho siempre. Sabía uno el próximo movimiento del otro. Y el otro abría los ojos a la mañana percibiendo el despertar del tercer compañero de ruta. El último desayuno del hotel de bajo costo entregó su café con leche a temperatura moderada con sus medialunas de panadería de barrio. Los amigos no hicieron hincapié en permanecer mucho tiempo sentado en la mesa de mantel de plástico. Su comunión de la mañana era el mate amargo, bien cebado, de yerba seca en un rincón, en los caminos hacia Agrelo.


Un nuevo encuentro con el dueño de Trapezio, Mauro, nuestro guía espiritual via Nextel. Pegado a Trapezio se encuentra otra bodega escondida. De esas que hacen sangre de cristo y que no llegamos a conocer, a no ser que viajemos a Mendoza. Su dueño, Agustín, se transformó en un fiel amigo de Mauro por compartir el mismo sueño. Tan próximos uno de otro, comparten noches de charla y debate sobre el negocio, sobre el arte de crear, con los pasos que da cada uno para lograr lo que buscan. A Agustín, ya lo había conocido. Hace un par de años, cuando Mauro se casó con Florencia en la Finca, mi regalo fue recitarles un poema de Julio Migno: Si tenes Cachorro. Tiempo después, Agustín me confesó que sus ojos se transformaron en acequias, llorando de emoción. Muchas veces hacemos cosas que ni nos damos cuenta. Emocionar a una persona, es una de las tantas.


En casa/bodega de Agustín conocimos el vino en todos sus pasos previos hasta llegar al elixir de la vida eterna que sí todos podemos apreciar al descorchar una botella. Conocimos al vino en los momentos donde aún no es vino, cuando las uvas se hacen mosto, dulce, penetrante, aromático, violeta oscuro. Un componente que podría generar el postre mas maravilloso creado por cocineros que adoran esta bebida. Luego, cuando ya entra en proceso de fermentación, donde el sabor es inimaginable, las levaduras bailan enamoradas disfrutando su reproducción, el desequilibrio de sabores certeros de un futuro mejor. Poco después, cuando la fermentación maloláctica lo va acercando a ser lo que quiere ser: Vino. Y el néctar terminado, la bebida hecha por Dios y por el hombre, antes de entrar en su descanso de roble. Cinco personas, cinco copas y una ventana de amplias magnitudes de blindex enmarcaban el gran cuadro argentino: El Cordón del Plata. Lejos, cerca, incluso dentro de cada uno de nosotros.


El sol no tiene prisa pero sabe como apurarnos. Cuando llega al punto mas alto del cielo el deseo de comer, despacio, toca la puerta de nuestro cerebro. Fuerte apretón de manos, incluso abrazos con palmas en espaldas ajenas alcanzaron el sonido de la fraternidad y la amistad. Mauro, tomó un rumbo, Agustín se quedó tirando leña a sus perros que iban y venían con su juego preferido y nosotros nos dejamos llevar por la recomendación: No pueden irse sin ir al Valle de Uco.


Y allí marchó nuestro auto alquilado. Los 80 kms que lo separan de Mendoza no parecen, gracias a que la Cordillera hace perder las distancias, pero no la brújula que siempre marca al Oeste. En el Valle de Uco, seguimos encontrando mas bodegas, quizás las más sofisticadas. Pero no queríamos repetir el paseo estandarizado. Ya habíamos tocado el cielo con la boca, no necesitábamos volver a recorrer nuevos pasillos de propaganda bodeguera.


Nuestro principal motivo en el Valle de Uco era comer. Como buenos cocineros. Dejarnos alimentar por manos colegas. Mauro, nos había tirado el consejo: “Hay un lugar de esos que solo se llega preguntando. Solo les doy un dato, es un restaurante que se llama Ilo”


Ilo es una esquina como cualquier otra. Pero guarda un secreto en medio de la montaña. Sus platos se basan en mariscos que día de por medio trae su propio dueño y cocinero de Chile. El tipo, muy como si nada, agarra su coche, cruza la frontera y en su baúl trae la mercancía obtenida directamente del Pacífico. Mar y Montaña es posible en Argentina. Ilo lo logra.


En sus mesas, la de una cantina tradicional llevada a pulmón, la panera de plástico simulando mimbre carga con panes que rápidamente se deshacen con las manos. Un pedazo de pan, un sorbo de vino, tres amigos y “El último almuerzo”. Sin Judas, solo apóstoles del buen vivir, el buen comer, el placer como merecimiento de las almas que respiran. Semana Santa!Nuestras billeteras no piensan: Lo primero que pedimos son esos bichos que no comes nunca. Uno de los moluscos mas cotizados del mercado mundial, los locos. No hay en ningún lugar del mundo, mas que en Chile y el sur de Perú. Sin detener nuestra investigación marítima nuestro próximo plato fueron unas machas tiernas y picantes. A lo que se sumó un chupe de centolla, navjas guisadas, una cazuela de mariscos y dos botellas de vino entre tres, manteníamos la estadística. A pesar de todo, lo que mas marcó nuestra visita al restaurante Ilo fue el postre, directamente recomendado por su propietario que se acercó a nosotros para contarnos su historia con la Cocina.


El postre es una de sus mejores creaciones: Un queso y dulce. Cualquiera diría que es imposible sorprender con tan manoseada preparación. A pesar de cualquier prejuicio, se acercó con un plato que contenía un ladrillo de queso cordobés cubierto por dulce de cayote. La consternación llegó cuando al queso y dulce lo bañó en un aceite de oliva mendocino y sus manos combinaron movimientos sobre un pimentero de tamaño considerable. Las esferas picantes y rotas se arrojaban constantemente sobre nuestro dulce sin parar cubriendo de negro el color dorado de la cucurbitácea.


Lo dulce, lo salado, lo picante, lo frutal habían conspirado a favor de nuestro paladar. Nuestra tarde nublada se cerraba con un banquete en medio de la nada, sabiendo que el regreso era inevitable. Uf, que buena manera de despedirnos.La partida fue sin correr riesgos. Pausados, llegamos a Mendoza Metrópoli para devolver el auto y ubicar la plataforma de salida hacia Buenos Aires en el colectivo de asientos horizontales.El “azafato” nos sirvió el último sorbo de vino tinto en tierras cuyanas, ésta vez, en vasos descartables de plástico que sin otra alternativa chocaron para decretar un brindis sin sonido de cristal. Los tres nuevos amigos ya habían pasado la experiencia de su primer viaje. El próximo aún no fue realizado. Quizás tan solo con éste haya alcanzado.


Fin.

2 comentarios:

  1. Que buen relato !!!
    La próxima si me dejan me gustaría acompañarlos !!
    Te felicito por la entretenida forma de contarlo...

    Un Abrazo !!!!!!!!!!!

    José

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